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El individuo que es bueno haciendo algo y lleva el tiempo suficiente para conocer ciertos trucos de su campo de desempeño debe ser cuidadoso del ego recalcitrante que pueda brotar de sus grietas volcánicas, es la perdición que lo consumirá y terminará por deshacer.
Inútil es el ego gigante, inútil sentirse omnisciente, omnipotente e intocable. ¡Qué iluso! No sabe que es una mancha más en la piel del leopardo y que su deseada gloria no empieza ni termina en realidad, pero se regocija en su falsa grandeza realizando en su imaginación hazañas que compiten con las de Herácles.
Día a día, se imagina librando batallas, siempre gana y su cabeza sobresale entre montones de cadáveres. Pero el hombre egocéntrico es estúpido, vive soñando; sus fantasías lo consumen y lo hacen débil, su ego es una gran mentira.
El virtuoso debe beber de su virtud, comer y vivir en ella, arroparse y dormir. El virtuoso no debe engañarse al pensar que su bebida, su comida y su cama es mejor que otros.
Hombre egocéntrico que alza en exceso la mirada, arquea las cejas, cruza los brazos y entrecierra los ojos. ¡Niega su mortalidad y adquiere poses dignas de dioses de la antigüedad! ¡Qué grande su ego! ¡Qué grande su ignorancia!
El individuo desconoce su participación en la vida y termina por reducirse a cenizas. En una de sus citas célebres, el filósofo suizo Henri Frederic Amiel expresó que una manera laboriosa de no ser nada, es serlo todo...de no querer nada, es quererlo todo. Lo anterior resume de forma explicita el vacío que tiene el egocéntrico.
El egocéntrico muere, es aplastado por la realidad, la realidad es donde no es más valioso ni necesario. Éste individuo no merece formar parte de la sociedad cuando no aporta nada verdadero ni vital. El vacío del egocéntrico termina por deshacerlo, lo absorbe y se lo lleva, le quita la piel y lo arroja a un lado. El egocéntrico deja de existir.