No olvidaría por nada mi primer beso. La entrega amorosa que me comprometería a ser una persona romántica, creyente del amor y el cariño en los peores tiempos. Durante mi juventud me prometí recordar siempre aquel momento, no caer en las tentaciones de la personalidad falsa, vacía y sin sentimientos.
Mucho se podría decir de mis primeros años amorosos, las conquistas que usualmente terminaban en fracasos. Nunca me hizo falta la presencia de alguien que me consolara por mis constantes dolores del corazón pero sí aprendí a valorar cuando las personas importantes, mis amistades, estaban conmigo aun cuando no era vital. Al ingresar a la universidad, nació la esperanza de vivir mis mejores años de diversión y conocimiento, sabía que iba a conocer a muchos más amigos y que si me disponía y los aceptaba, me acompañarían el resto de mi vida. La verdad es que conocí más amantes que amigos, y sí, mis antiguas parejas siguen en mi vida.
En ocasiones me acusaban del tono dramático en los textos que mandaba a la editorial, con característicos tonos suaves y en ocasiones sexuales, entonces era tan realista que terminó provocando la suscripción de un considerable número de lectoras a la revista y el abandono de muchos caballeros, decían que no se interesaban mucho por historias de amor.
Esas historias de amor me ganaron (de alguna increíble manera) mi lugar en la editorial. El tiempo pasó y durante los últimos periodos de mi estudio de licenciatura, cuando todo se vivía con más intensidad, desinterés y muchas cosas se esfumaban para siempre (como el romanticismo, que ahora parecía una sombra macabra siguiéndonos, reclamándonos por su olvido en la memoria colectiva) me convertí en jefe editorial. Más tiempo pasó y no dejé realmente la universidad. Tenía un título recién impreso y oficial de una carrera con un nombre muy largo que pronto quedó guardado entre muchos documentos de mi oficina, el diseño de la revista cambió y su nombre fue reemplazado por Mucho que contar, fue aceptado por la comunidad, se dio oportunidad de trabajo a escritores jóvenes y siempre se mantuvo en desarrollo.
Obtuve los permisos necesarios y con todas mis amistades sólidas que alguna vez fueron lazos amoroso profundos, comencé a escribir; nunca me detuve, nunca cedí a las presiones de la opinión. Mis historias se volvieron complejas, mezclaba unos cuantos hechos con fantasía, incursioné con éxito en el realismo mágico y dediqué los años de mi vida adulta a la literatura.
Mi éxito fue considerable durante años, no vivo con grandes lujos pero con lo necesario. Justo hoy regresé del gran evento de la revista, cedí el puesto de jefe a un joven en el que veo todos mis sueños reflejados: aquellos que pude cumplir y los que no. La revista será transformada a un formato digital y sencillo. Todo es más sencillo. Son tiempos sencillos, aunque extraño la presencia en el aire del amor que se gritaba, se cantaba y se escribía con fervor antes.
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