Justo ahora recuerdo que a mi padre nunca le agradó el taconeo fuerte y constante que alguna mujeres producían al pasar por los lugares. Algo de cierto tenía el rechazo ante tal situación. Es verdad que algunas cosas se vuelven insoportables, otras se convierten en una necesidad para llevar la vida día a día. Algo como el del taconeo termina por conservarse en la memoria por alguna curiosa razón.
Hay cosas que no se borran con facilidad: la impresión de la primera sonrisa, los movimientos nerviosos causados por el calor de la situación y la figura menuda que se suele contemplar con deseo y sorpresa. La sorpresa te envuelve por la delicada pero impresionante belleza, distando un poco de su contraparte en fotografía; mucho mejor que la fotografía.
Los pasos que al alejarse suenan por toda la estancia, se queda uno con lo que resta del momento, casi nada se retiene a tiempo. Por una considerable fracción de tu vida se quedará en tus oídos el eco de los pasos pesados que eran parte de su persona, cuando podías identificarla sólo con eso.
Si algún día uno se digna a abrir el baúl de los recuerdos profundos e intocables, se encontrará tendido en donde se encuentre, con las lágrimas descompuestas por todo el rostro, grabada en las pupilas la primera imagen en vida del ser hermoso y absoluto que solía rondar por nuestras vidas vacías.
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