Estaba en una larga fila para pagar su festejo de Año Nuevo: varios paquetes de cervezas, botana y una botella de tequila significativamente grande. Todo marchaba según la lentitud clásica durante las compras de fechas festivas. Si no la hubiera escuchado gritarles a sus tres compañeros, todo habría seguido igual.
No era su complexión lo que lo había capturado en cuestión de minutos al verla y luego agruparse en una fila a metros suyos, era su manera de dirigirse a los otros, con seguridad y sin prestar mucha atención a aquellos que la contemplaban por su voz potente.
La impresionante mujer le dirigió una mirada de soslayo y su romántico corazón se incendió potentemente hasta perder un poco de atención sobre su alrededor, la fila avanzaba y algunos se metían a ella gracias a su distracción.
Parecía que estaban atrapados en un ciclo infinito, donde apenas se movían para mirarse por encima de las golosinas y muchos productos irrelevantes. Pronto no podían renunciar a su inmovilidad, aun cuando todo lo demás parecía haber adquirido una velocidad ridícula para la lentitud de las fechas.
Por fin uno de los dos movió sus piernas y fue contra el muro de personas frente suyo, mientras el otro hacía lo propio, sin remover la mirada penetrante, profunda y con curiosidad inyectada.
Se encontraron en el área de los carritos abandonados; lugar curioso para los encuentros amorosos. Sus miradas se habían unido de tal manera que los tres compañeros de la mujer no se encontraban y muchas personas enfrente de él ya se habían retirado con pesadas bolsas. Como comprobando sus respectivas suertes y jugando un poco con violar la ruta ya trazada del destino, rompieron su mirada para levantarla hasta encontrar el gran espejo redondo del techo. Estuvieron así un rato, comprobando su realidad hasta que alguno de los dos tomó la mano del otro y volvieron a perderse otro rato.
Fue hasta que tenían que cerrar el local cuando se pudieron mover y anduvieron tranquilamente por la calle, con la luna que inundaba todo con su luz y las estrellas tan potentes con su luz, que juraban que se reflejaba un poco de su brillo en sus rostros.
Ella dijo hasta al final: No sé si vaya a ser tu gran perdición o tu increíble paraíso, pero cualquiera de las dos cosas, con gusto lo seré. Él la encerró en un abrazo y luego encontró su rostro para besarla, mientras escuchaban los gritos potentes de celebración por un año nuevo prometedor.