domingo, 4 de septiembre de 2016

Amistad en la calle

Estaba sentado sobre la acera, los automóviles que iban y venían, el sonido de las personas yendo rápidamente hacia su destino, la música y las máximas sobre moralidad con tintes religiosos le arrebataban el sueño. Uno que otro individuo le arrojaba una moneda descuidadamente. Era la ilusión de volver a ver a su amigo el motivo para levantarse, quitarse lo poco que quedaba de las mantas encima de su cuerpo, buscar comida y continuar con la búsqueda entre la suciedad de las calles.
     Aquel amigo era lo único real que pertenecía a su vida anterior, todo lo demás que vivía día a día funcionaba para despertar algún sentido, un sabor, una broma; pero nada como el amigo. Alguna que otra alucinación en momentos de desesperación lo proyectaba a su lado, con el andar feliz de siempre, juntos sobreviviendo en las calles. Con hambre, y viendo unas potentes luces de neón que anunciaban comida a lo largo de una avenida, recordó el lugar que frecuentaba siempre con…
     En su memoria se activó el recuerdo, un detalle tan minúsculo pero de vital importancia. Corrió con desesperación media ciudad, sin zapatos y con la ropa cayéndosele del cuerpo pero lo encontró. Estaba justo en la puerta, donde habían estado muchas veces en un pasado ya lejano, regularmente ansioso por comer y con la rutina de dejar a su acompañante ahí, haciéndole entender que esperara hasta que le trajera algo.
     Lo único que se le ocurrió por la emoción fue abrazarlo y levantarlo con las pocas fuerzas que tenía y sentir como su felicidad era correspondida. Los ladridos no se hicieron esperar y la fuerza de los golpes con la cola y el peso del can lo tiraron al piso finalmente.
     — ¡Amigo, estoy tan feliz de encontrarte! Siempre en el mismo lugar, ¿eh?

     En cuanto se levantó, el perro ladró con más fuerza y comenzó a caminar a su lado con alegría evidente. Contó las pocas monedas que le dieron en la mañana y le dijo que intentarían un lugar nuevo donde los aceptaran para comer a modo de celebración.

sábado, 30 de abril de 2016

Relaciones

Cuando andar por la playa de noche se hizo poca cosa (consecuencia de las desenfrenadas vacaciones, siempre tan acostumbradas a llenarla de basura y animales que no debían rondar por ahí) lo reemplazamos por ir a tomar de bar en bar. No es que no los quisiera tanto como se querían entre ellos, pero me sentía integrado, como si formara parte de un círculo de amor.
     El encuentro tan típico pero tan casual en un café, donde pude descubrir la fabulosa química que inundaba el cuarto, el humor compartido y los comentarios amorosos de vez en cuando, nosotros platicando tan entretenidos. Tocando el tema de los automóviles y de la música y de chicas por lo bajo cuando Angie se daba la vuelta y corría a ver el atardecer que le parecía tan hermoso a las seis en el lugar de siempre.
     Los pensamientos sobre un triángulo amoroso eran peligrosos, me arrebataban los sueños tranquilos, sentía como si una capa de impureza me cubriera el alma, al día siguiente no los podía mirar a los ojos. Luis, con tanta sensación que causábamos al entrar a lugares concurridos por amigos, pero tú siempre fiel a Angie, nunca supe de nada diferente. 
     Las rutinas nunca eran rutinas realmente porque manteníamos esa armonía viajera, espontánea y aventurera que nos llevaba de la mano hasta las lágrimas de risa o de llanto. Todo estuvo en paz por unos años, a Angie se le estiró el cuello y las piernas, las manos se le cubrieron de pecas y a nosotros nos creció la barba tan de sorpresa que nos preguntaban qué hicimos para que saliera de un día a otro. Con los cambios físicos vinieron los emocionales, los que lograron separarnos y que nos dejáramos por tanto tiempo en las sombras del olvido.


     Y luego los vieron por ahí, luchando entre la arena como si jugaran pero la gente se comenzó a preocupar cuando las lágrimas y los sollozos fueron notorios. Los separaron como pudieron, les dijeron que andar solos un rato les serviría. La playa era un hermoso y melancólico fondo que cubría la escena, el caótico telón que anunciaba la pausa de una obra de amor. Cuando cada uno se dedicó a la caminata precisa y triste, casi interminable, el sonido del mar los envolvió y los alejó tanto que Angie andaba entre las olas, Luis decidido por el muelle hasta romper camino y subir a la habitación. Angie desapareció por varias noches. En medio de la madrugada, tomó el teléfono para realizar cuantas llamadas le parecían adecuadas. Ninguno levantó la bocina y Luis ya iba camino a un bar que contaba con luces que lastimaban los ojos al pasar, de dudosa reputación.


     Con el tiempo me enteré de lo mucho que se decía de Angie. El rechazo de la sociedad cerrada que la catalogaba de rara y especial y que era una suerte tremenda estar con alguien como Luis. Para entonces, se habían mudado cerca de la playa (años después me enteraría de un episodio espectacular que ofrecieron en medio de la arena, los detalles los trajeron muchas personas) y Angie se dedicaba completamente a ser fotógrafa y Luis un impresionante hombre de corbata que apenas llegaba a casa por las noches, con el cerebro hirviendo en números rojos y verdes y con sellos y firmas de compañía o goteando alcohol y apestando a tabaco (me entero de esto porque fue la ultima vez que supe de ellos, tan borracho estabas que no recordabas mi nombre y terminaste por sacarme a golpes de la casa, de lejos vi que te apretabas a ella y te deshacías en disculpas, llorabas desconsolado pero sin voltear a verme, poniendo un punto definitivo a nuestra amistad). Decidí no buscarlos nunca más.


     Un hombre con un saxofón, sonidos que salen de todos lados, el cruce de calles, la gente apretujada haciéndose espacio como podía. El paso lento en la acera pero el ritmo solitario del saxofón, los tintes del jazz olvidado entre 1940 y 1960, los bares que competían en medio del espacio sonoro para apropiárselo y dejar al hombre a la merced del descuido y pasar sobre él y tirarle el instrumento y de paso tomar descaradamente el poco dinero que estaba dentro del sombrero viejo puesto en el suelo. Batalla interminable en el centro de la ciudad. Rostros desdibujados por la prisa de la noche, Luis dejando al bebé en brazos de Angie. Las manos le sudaban porque el lejano 
ritmo de jazz del hombre en medio de la multitud le recordaba a tiempos felices. Angie le recriminó su comportamiento hacia el bebé; el hijo nacido en medio del aburrimiento y la terrible entrega a la monotonía de pareja y de matrimonio. Terminó por resistirse a pelear con él con tanta gente alrededor y caminó decidida hacia delante. Luis no pensaba más que en las consecuencias de el episodio en la playa, la relación que se fue a la basura y la amistad con alguien que no recuerda casi, sólo las noches en bares en medio de la adolescencia, pasando en compañía la pubertad hasta la tediosa adultez. Angie está lejos, como en medio de las olas y el paisaje se le escapa y distorsiona y las ideas le explotan y Luis llora y se aferra a entregarle todo el dinero que tiene encima al hombre del saxofón. Las inversiones descuidadas, el dinero que se da fácilmente y cambia de propietario. Como si fuera un impulso terrible, el dinero se le escurre de la billetera. Mientras saca los montones de billetes se preguntó por cuánto tiempo estarían Angie y su hijo fuera de casa. Al fin y al cabo es todo un episodio más en su relación y con el tiempo regresarán y estarán los tres con la falsa felicidad de siempre.

martes, 22 de marzo de 2016

Entre el mar de gente

Como si a la gente le encantara salir a pasear en un domingo soleado, todos con mejores cosas que hacer y que tuvieran más importancia o grado de necesidad. El calor estaba insoportable hacia las 2 de la tarde, los afortunados se llenaban de líquidos helados para engañarse de que hacerlo les quitaba parte del bochorno general. Algunos muy felices y otros hartos con ganas de estar hasta el cuello en alguna playa lejana o conformarse con la piscina que cobraba por hora o la bañera de toda la clase media con el agua helada más por necesidad que por gusto.
     Era como si todos estuvieran compartiendo el espacio, gigante y sin conversaciones pero repleto de sonidos característicos; agudos y fuertes, de pasos rápidos y alimentos que se derretían y se transformaban en gotas y manchas al golpear el asfalto. La ropa rozaba y dejaba sus marcas en las pieles más sensibles, las mamás preocupadísimas por Juan, Rodolfo, Brandon, Ernesto, Benito, todos los hijos. Los papás que por sus mentes sólo estaba presente la imagen del paquete de cervezas compradas con la paga del viernes y que culminaría en una noche de diversión; si es que la mujer lo aprobaba y no decidía botarlo para emborracharse en su soledad en algún bar vacío o un club de ésos en los que pasan muchas cosas hacia las 2 de la madrugada.
     Inclusive a esa hora, estando en esos lugares, las luces no ayudaban y el sistema de ventilación que se averiaba cada media hora, los clientes tan entretenidos en el espectáculo y la piel y la bebida barata y contaminada por orden directa del propietario. Hasta él que andaba con la toalla húmeda encima del cuello, tomando a escondidas la bebida que no vendían a la clientela regular.
     Sabía que sacar la bicicleta en días como estos no era buena idea. Que el navegar entre el mar de gente era riesgoso hacia las 2 de la tarde, que muchos tendrían el hartazgo plasmado en los gestos de tener que estar en la calle. Tan ilógico que todos quisieran encontrarse en lugares ventilados y no tan concurridos pero que por una cosa u otra tuvieran que hacer algo completamente opuesto a lo que deseaban. Ni mencionar los planes ambiciosos y fallidos de los padres por querer remediar el sentimiento de tristeza de los hijos. Hay ciertas situaciones que no se pueden evitar, si el clima no tiene solución pero si un impacto considerable sobre todos nosotros, eso es ya mucho que decir.

sábado, 12 de marzo de 2016

Todo amor olvidado

Se puede olvidar el amor por las noches, cuando se comparte la cama con una amante, cuando se charla bajo techo con un amigo y se comparte una cerveza. Pero todo eso por lapsos breves, como si la piedra del amor caprichoso siguiera colgando de nuestra espalda, esperando la hora para comenzar a azotarnos sin control, sin importarle el cuerpo en lo absoluto. Pero quisiera saber cómo es posible deshacerse de los años de cariño y de espera por los besos bajo los árboles durante el verano insoportable que todos amaban y yo hacía de lado, lo único que añoraba era verte como lo hacía Joel cada que podía y lo engañábamos con las sonrisas y los abrazos mentirosos y culposos.
     Cómo olvidar que Joel, al igual que Gabriel eran amigos míos y que me enamoré yo primero, luego Gabriel una mañana corriendo hacia mí arrepintiéndose de haber soñado con tu rostro y tus besos y confesando que estaba muy enamorado. Luego Joel que se había separado de nosotros a mediados de año y te buscaba luego de compartir el té helado en casa de Gabriel, borrando sin cuidado la evidencia de los besos con María para estar contigo sin problema. 
     Pobre María cómo lloró y cómo lloré cuando nos enteramos que después de tantos encuentros declaraban su amor abiertamente y no miraban atrás. Por entonces apenas nos conocíamos y bebíamos el té en casa de Gabriel y jugábamos cartas hasta la medianoche cuando Joel se levantaba antes para encender el motor y dejarte en casa con un considerable retraso por los besos dentro del convertible.
     Era como si nos juntáramos para poder apreciarte con cuidado, creo que te hubiera preocupado enterarte con nuestras palabras de todo lo que sentíamos. Gabriel empezó a decorar la casa con las cosas que te gustaban, reemplazamos el té por la cerveza cuando los años pasaron y la aventura era mayor; a poco de quedarnos borrachos todos, abrazados y riendo mientras Joel sacaba la primera cajetilla sin saber nada de fumar, ni él ni nosotros.
     Una noche que Joel nos llamó en la tarde para decir que había enfermado, apareció Gabriel más tarde convencido de que no habría mucho que hacer, sorprendido por tu llegada, no me resistí al jugueteo con las manos, diciéndome que estaban peleados y que varias cosas de él te disgustaban ahora que era un adulto. Gabriel llegó poco después de que nos ajustáramos la ropa.
     Luego de ese verano de engaño, vino la separación. Joel estaba angustiado por la universidad, Gabriel que de un día para otro quería trabajar y vivir en el campo con María; la misma María que tanto le lloró a Joel. Ya nos veíamos poco y sospechaba que ya no nos divertíamos como antes. Más tarde en ese último año juntos, la tragedia nos azotó y pude notar con melancolía como el grupo se separaba. Cuando moriste sin avisarnos me dolió tanto y lo grité estando borracho y ahora lo encuentro estúpido porque no habría podido conmigo mismo de enterarme que te ibas a morir dentro de poco.
     Todos nos dejamos de ver después del entierro, me conseguí un departamento decente cerca del Salvador y mis noches se vieron interrumpidas por los sueños que revivían las noches que estuvimos juntos, compartiendo los cuerpos y las bebidas y los chistes de mal gusto y el amor que los otros sentían por ti. Y como si no hubiera pasado nunca, se me fueron olvidando muchos detalles y entre ellos el intenso amor que en el aire y la música de jazz se sintieron hacia la media noche en casa de Gabriel siempre.

lunes, 8 de febrero de 2016

Los hombres de traje nunca se ensucian

Todo parecía un sueño. Sentí el duro pavimento a través de mis zapatos y era como pisar algodón (una vaga asociación mental a caminar sobre nubes). Tratando de encontrar en diversos puntos de la ciudad algo que capturara mi atención y lograra borrar el sentimiento de asombro y desconexión a la realidad producido por las cartas que había recibido en la mañana. Durante mi niñez, se había construido lentamente dentro de mí, principios básicos, modales, reglas de vestimenta, habla, alimentación... Tal como se construye un palacio, la estructura de lo correcto estaba destinada a fortalecerse con el lento correr de los años y estaría lista para que el habitante disfrutará de su grandeza en sus últimos años.
     Pero como siempre, el durante suele ser aburrido, los días de trabajo en la oficina, entre los números y las palabras formales en papel, eran vacíos y no tenían sabor. Seguía los pasos de mi orgulloso padre, siempre vestido elegantemente de traje. Al recorrer el centro de la ciudad, los momentos preciosos y precisos atacaban mi memoria y me llenaban de nostalgia; una nostalgia que durante años había guardado bajo llave en el cajón de la conciencia.
     Los hombres de traje empezaron a salir de diferentes edificios y con la prisa habitual, pasaron a mi lado casi a empujones, haciéndose notar por la importancia que tenía su presencia en ese preciso momento en otro lugar. Pronto unas gotas comenzaron a llenar el dorso de mi mano izquierda. Al sentir el liquido pegajoso por el dulce y considerablemente frío, recordé que momentos antes había comprado un cono de nieve en un puesto decente, pequeño pero muy colorido.
     Al ver la multitud de hombres que iban vestidos correctamente y que caminaba en sentido contrario al mío, las gotas sabor vainilla empezaban a recorrer mi dorso hasta caer al suelo y relacioné algunas imágenes. Nunca en la vida había visto a un hombre, que en su sano juicio usando ropa de etiqueta, se diera una cita con un cono de nieve, una gaseosa, inclusive un cigarrillo. Concluí que los hombres de traje nunca se ensucian.
     Me tomó por sorpresa admitir la ridiculez de mi oficio que por años me esforcé por preservar y continuar con la construcción del palacio de lo correcto. Sin dudar más, di por terminado mi paseo a medio turno por la ciudad. Dirigí una mirada hacia el modesto edificio en el que trabaja, devoré rápidamente lo que quedaba del cono y detuve el primer transporte disponible; en el trayecto organicé las siguientes semanas de mi vida. Había renunciado a una etapa de mi vida sin rumbo fijo y ahora aceptaba el contenido de las cartas, el maravilloso encuentro con el arte que había adorado de joven, algo en lo que invertiría mis próximos años, creando y asombrándome de mi capacidad de creación. Apenas empezaba la destrucción masiva de mi palacio de lo correcto.

lunes, 18 de enero de 2016

Con la frente en alto

Caminar sola siempre es peligroso. Andar por ahí sin acompañante, por la noche y en las fiestas; simplemente inimaginable, tortura y rechazo social, duda constante. Intentaré recordar mis grandes hazañas y lo único que podré recuperar serán gestos rotos como porcelana, delicada y de escaza confianza si se deja de preocupar por ello un rato. Mucho tuve de los consejos de siempre, de la preocupación y recordaré que la preocupación siempre existió en la familia, que una pintura, un color, se regó sobre el lienzo y las perdidas y el abandono crearon un ambiente de preocupación sempiterna. Mi padre me alzará entre sus brazos siempre en sus sueños y seguirá viéndome como lo ha hecho durante tanto tiempo, pero sin mamá, ese detalle es importante en nuestra vida. Me encontraré con las personas de siempre, con las buenas compañías y tardaré tanto en explicarles mi soledad que terminarán por aburrirse y yo misma me hartaré de mi letanía y abandonaré el lugar. Papá me encontrará en la calle con el mismo andar atribulado y me abrazará fuerte, me comprenderá y no podré evitar hundirme en mi niñez dañada pero bien conservada en la memoria, inmune a historias inventadas que otros han intentado añadir. Jugar ajedrez se convertirá en un vicio y me veré, emocionada y distraída, aprendiendo a mover las piezas, hecha una niña triste y con ojos llorosos, grandes y con miedo inyectado. Intentará eliminar ciertas palabras que describen mi imagen de la niñez, le negaré con enfado pero siempre con cariño que no hay nada que pueda hacer, que todo está hecho, mejor dicho. Lo convenceré de jugar una partida en cuanto lleguemos a casa. Estaremos frente a frente y nos diremos con la mirada tantas cosas que quisiéramos expresar con palabras. Decirnos que no estamos solos, que el lugar de mamá siempre estará disponible para cuando regrese, que esperamos que ese día llegue y nos sorprenda y volvamos a la vida de antes. Admitiré que tengo problemas, que la ausencia es un mal, que el miedo de estar siempre sola se incrementa por las noches, en la oscuridad, durante la madrugada ataca sin pensar en mi cordura, me insulta. Pero seguiremos jugando hasta que todo acabe, en el tablero casi todo es impredecible.

sábado, 16 de enero de 2016

Mucho que contar

No olvidaría por nada mi primer beso. La entrega amorosa que me comprometería a ser una persona romántica, creyente del amor y el cariño en los peores tiempos. Durante mi juventud me prometí recordar siempre aquel momento, no caer en las tentaciones de la personalidad falsa, vacía y sin sentimientos.
     Mucho se podría decir de mis primeros años amorosos, las conquistas que usualmente terminaban en fracasos. Nunca me hizo falta la presencia de alguien que me consolara por mis constantes dolores del corazón pero sí aprendí a valorar cuando las personas importantes, mis amistades, estaban conmigo aun cuando no era vital. Al ingresar a la universidad, nació la esperanza de vivir mis mejores años de diversión y conocimiento, sabía que iba a conocer a muchos más amigos y que si me disponía y los aceptaba, me acompañarían el resto de mi vida. La verdad es que conocí más amantes que amigos, y sí, mis antiguas parejas siguen en mi vida.
     En ocasiones me acusaban del tono dramático en los textos que mandaba a la editorial, con característicos tonos suaves y en ocasiones sexuales, entonces era tan realista que terminó provocando la suscripción de un considerable número de lectoras a la revista y el abandono de muchos caballeros, decían que no se interesaban mucho por historias de amor.
     Esas historias de amor me ganaron (de alguna increíble manera) mi lugar en la editorial. El tiempo pasó y durante los últimos periodos de mi estudio de licenciatura, cuando todo se vivía con más intensidad, desinterés y muchas cosas se esfumaban para siempre (como el romanticismo, que ahora parecía una sombra macabra siguiéndonos, reclamándonos por su olvido en la memoria colectiva) me convertí en jefe editorial. Más tiempo pasó y no dejé realmente la universidad. Tenía un título recién impreso y oficial de una carrera con un nombre muy largo que pronto quedó guardado entre muchos documentos de mi oficina, el diseño de la revista cambió y su nombre fue reemplazado por Mucho que contar, fue aceptado por la comunidad, se dio oportunidad de trabajo a escritores jóvenes y siempre se mantuvo en desarrollo.
     Obtuve los permisos necesarios y con todas mis amistades sólidas que alguna vez fueron lazos amoroso profundos, comencé a escribir; nunca me detuve, nunca cedí a las presiones de la opinión. Mis historias se volvieron complejas, mezclaba unos cuantos hechos con fantasía, incursioné con éxito en el realismo mágico y dediqué los años de mi vida adulta a la literatura.
     Mi éxito fue considerable durante años, no vivo con grandes lujos pero con lo necesario. Justo hoy regresé del gran evento de la revista, cedí el puesto de jefe a un joven en el que veo todos mis sueños reflejados: aquellos que pude cumplir y los que no. La revista será transformada a un formato digital y sencillo. Todo es más sencillo. Son tiempos sencillos, aunque extraño la presencia en el aire del amor que se gritaba, se cantaba y se escribía con fervor antes.

martes, 5 de enero de 2016

Como siempre

Es que no entiendes que cuando te digo que voy a salir por la noche y que será como siempre es porque voy a comportarme y no dudes que no pensaré en ti durante toda la velada. Te garantizo que no iré más allá del beso con cualquier pareja potente que me topé cuando las luces estén bajas o no estén ya sobre nosotros.

Cómo decirte que no; que no eres el centro de mi vida todavía, pero lo suficientemente importante para tenerlo en consideración cuando empiezo a sentir lástima por lo nuestro
     Me gustaría poder decirte sin más que me gustas, y me gustas como me gustan muchas más, todas. Cómo explicarte que cuando hablé con aquella persona, dejé de decirlo a los cuatro vientos, en cuanto leí sus mensajes algo tembló en mí. Era la sencillez con que afrontaba la realidad. Decía las cosas como yo nunca imaginé expresarlas. Que múltiples personas le gustaban a la vez, lo encontraba bello y trágico. Aunque tales declaraciones me volvieron loco en su momento, me sigue gustando, y de nuevo, no dudes que si mañana me habla, voy a correr hacía ella como un imbécil, como uno no debería correr para abrazar el sol.
     No me gusta hablar de engaños porque realmente no te engaño. Pienso mucho en ello, lo considero, les hablo como a ti te hablo, pero nunca lo siento; no siento las mismas cosas con ellas que contigo.

Mira que he tolerado tus reacciones, los gustos tan extremos, tus rechazos constantes y la risa que a veces me dedicas que contiene tanto de ti que me marea. Me marea que pienses que me tienes para cuando quieres. Los dos sabemos la verdad: no siempre estaremos juntos ni estaré para ti cuando desees. Amor, no piensas (o no te gusta pensar) que llegaste en el momento más inoportuno, tú pronto no serás nada.