sábado, 31 de octubre de 2015

La muerte pasajera


Héctor Carrillo Bustos

Para muchos soy un símbolo, una palabra a la que hay que tenerle temor y respeto. Las madres al escuchar tan terrible conjunto de letras saliendo de la boca de sus hijos o amados conocidos, bajan la mirada y realizan cuantos gestos al aire crean apropiados y sean posibles. La verdad es que yo soy la Muerte y me muero de aburrimiento. Dulce ironía que dicta mi existencia; soy eso a lo que se han referido desde el principio de los tiempos como Muerte, la abominable encarnación del oscuro destino, lo que es inevitable evadir y lo único que se puede esperar, la última parada. Lo verdaderamente triste es que no puedo morir como los demás, no hay algo que esperar, no hay nadie que venga por mí. He visto mucho, he vivido mucho, vivo por mí, vivo por los demás, vivo por el vacío de mi significado.
     Un día surgí por necesidad, como una máquina sin fecha límite de funcionamiento, una especie de caducidad. Las sombras se convirtieron en los mantos que uso día a día, los que cubren el cuerpo castigado, mi rostro se formó de la arena del mar y el color lo copió de las nubes blancas que atestiguaban mi creación. Existieron lugares donde me veneraban, cuando la insolencia no inundaba las calles, cuando no me dibujaban mal ni me marcaban en la piel con tinta barata. Ahora les encanta hacer todo eso, meterme en las canciones, hablar de mí como se les antoje, poner mi supuesta imagen (distorsionada hasta puntos ridículos) en los muros que luego tapan con imágenes políticas o de otras chingaderas cuando el tiempo llega y es propicio para envenenar las mentes.
     He aprendido a hablar muchos idiomas, a hacer demasiado, a burlarme de mí misma, a recibir todo el falso respeto, los rituales idiotas, los homenajes fallidos. He aceptado el hecho de que me recuerden cada año entre octubre y noviembre. Los demás días apenas se habla de mí. Soy una entidad que anda por las redes de la existencia, siendo que mi reino es aburridísimo y lo abandoné hace tiempo. Ser la muerte es una verdadera chinga, eso no lo reconocen.
     Los días pasan, eso que denominan tiempo sucede con rapidez. Soy una dama que tiene que viajar demasiado. Soy como una empresaria o persona de alto rango en la sociedad. Siempre en viajes largos y complicados, nuevamente, sin fecha límite, sin excusas. Al abandonar el reino me encontré con la realidad del mundo humano. El transporte que se vuelve una parte fundamental para la vida día a día. Actualmente resido en México por estrategias de camino, he estado en muchos lugares, no puedo cubrir todas las muertas y es por eso tengo que ubicarme ciertas temporadas en un lugar fijo. Me la paso en el metro, llevo un mes aquí, pronto me retiro. Es todo un espectáculo andar entre las personas, unas clavan la mirada sin perdón sobre los mantos negros, el rostro desconocido y demacrado. Las risitas de burla, los arrimones en los músculos apenas desarrollados; más hueso que nada, los comportamientos extraños. Andar por ahí es un atrevimiento, es un hacer el ridículo, es un romper la normalidad.
     La fecha de los festejos, las reinterpretaciones, los tributos, todo lo que creen saber y aceptan como verdadero. Los disfraces, los dulces, el dinero que escasea para dar a los niños, los sustos y la barata parodia del miedo y lo oscuro. Ando con todos y todos andan conmigo, bajamos las escaleras, nos aproximamos para esperar el metro, las tardanzas típicas, el bajo perfil; las miradas de aceptación espontánea gracias al Día de Muertos y Halloween, tengo que pasar entre ellos, el paso es lento y distraído, es casi como flotar. Hoy es un día ocupado, no debo permitir que las almas esperen mucho cuando la vida es arrebatada inesperadamente, es óptimo conseguir los cuerpos calientes, el espíritu desprendido, el temor recién nacido. Sé bien que el tráfico está de la jodida y que las personas disfrazadas que van al volante en la noche son peligrosas,  debe pensarse dos veces andar en un automóvil común por las calles concurridas. Prefiero el metro, no quiero que los futuros muertos choquen con la misma que se los va a llevar, es bastante trágico y poético, no me hace nada de gracia. Subo con todos y todos suben conmigo.
     Hoy es un día ocupado pero a la vez mal día, no es divertido ver como muchos carajitos se divierten evocando lo ominoso, juegan con lo desconocido. En eso estamos, con los movimientos bruscos, los cambios, los arrimones de nueva cuenta, el desconcierto por parte del responsable y el posterior silencio vacío, nervioso e incómodo. Las miradas van y vienen, aferrada a los tubos, apretujada, con el sudor inexistente, la sustancia imposible que corre por la frente sin tapar por el manto. Un grito, dos gritos, varios gritos. Las miradas van y vienen, hoy es un día ocupado, puto día, coincidencia, sangre que se estampa contra las ventanas con violencia.
     El silencio terrible, los cuerpos esparcidos, el aroma del perdón, arrepentimiento, miedo, tantos sentimientos que revientan al mismo tiempo como burbujas. Mis alas negras al igual que mi manto se extienden, liberándose por fin, los escasos pliegos de tela que cubren mi cara caen, los huesos sobresalen, la guadaña aparece. Las miradas van y vienen, el perpetrador me encuentra, nos encontramos, estamos solos. Los muertos esperan por mí, él espera por mí y a la vez me niega. El diálogo que se quiere ocultar.
     ¿Qué mal has hecho, hombre? Me has dado mucho trabajo, más de lo que esperaba por esta noche, ¿por qué? La manera en la que hablas, el que estés aquí en medio de todo el caos que he provocado, debes ser la Muerte. Esa soy, pero una respuesta debe haber a lo que te pregunté. Nada que no puedas imaginar. No tengo poderes tan grandes como para saberlo. Sí que lo sabes, si pasas continuamente por México lo sabes. No comprendo. Lo que se pierde cada día, sufro, eso es lo que debes comprender. Muchos sufren y no necesitan masacrar a otros, ahora pones en riesgo la vida de tantos al acabar hasta con el conductor, sabes que serás el culpable de más sufrimiento. Nos presionan, nos ponen al límite, son tiempos oscuros, de dirigentes oscuros. Definitivamente, tiempos oscuros, algunos como tú los ennegrecen más. Las nubes negras cubren los cielos, las mentiras y los engaños son servidos en el plato, el pan de cada día. Me sorprendes, hablas como pienso. Puede que sea tú. Y que tú seas yo, pero no es posible. Todo es posible aquí. No todo es malo. No, no todo lo es, pero la mayoría, pasamos los días mirando el suelo, produciendo todo lo que se nos pide, callando cuando es obligatorio, autocensurándonos. ¿Has dejado de censurarte al matar? No, aún estoy atrapado, ahora me buscarán, el objetivo es huir para no vivir un doble encierro. ¿Qué tan malo ha sido tu día para que hagas esto? Me he quedado sin trabajo por una injusticia, las cuentas están rojas, mi mujer me abandonó por culpa de las eventualidades, he robado para comer, mi hermano se perdió en una manifestación alegando por justicia, lo asesinaron, la política se ha dedicado a destruir a mis ancianos padres, el núcleo de mi familia está roto, ¿acaso no ves mis ropas? Tomas las cosas muy mal, eso es, te llevaste a muchos por un sólo sufrimiento. ¿Soy egoísta? Lo eres, te diré algo que debes suponer. Adelante. No puedo matarte naturalmente, sólo puedo llevarme tu alma cuando estés listo, cuando todo se acomode, de algún modo supe qué harías esto, las palabras se habían dicho, estamos repitiendo algo que ya vivimos, ¿comprendes? Sí, estaba marcado, ¿a eso te refieres? Algo de lo que digo entiendes, así como sabes que tengo que violar lo que te acabo de mencionar. Matarme, dices. Eso digo, cada cierto tiempo tengo el poder para hacerlo, siempre que es necesario, por eso hay muertes inesperadas, muertes contra males mayores, personajes de maldad irrefrenable, de conductas irracionales, es entonces cuando actúo. Sabes que no voy a poder parar, que de algún modo podré huir y ser libre, ¿cierto? No puedo decir mucho de lo que soy consciente, pero tengo que detenerte. No me voy a oponer, la oscuridad siempre encuentra una salida, es bueno cambiar el destino en ocasiones. Debo hacerlo, por cierto, la oscuridad no necesita encontrar una salida, las conoce todas, las utiliza, también las entradas y usa los cuerpos, me apiado de tu alma manchada.


     El filo atravesó la carne, los músculos reventaron, las bolsas de sangre se alargaron hasta desgarrarse y cubrieron de otro tinte los cuerpos, un color rojo renovado, caliente. La Muerte tomó el alma contaminada mientras se apresuraba a llevarse las que esperaban en el suelo del metro para ser recogidas, para que sintieran el frío natural, el de las palmas desnudas sobresaliendo de los mantos, alargándose para guardarlas con cuidado. Algo extraño sucedió al tomar el alma marcada y pútrida por sus acciones: sintió una sensación inexplicable, como si esa alma contuviera muchas más dentro de sí. Sintió culpa, realidades encontradas, verdades, pobreza, muchos males y a la vez ninguno, en su mayoría; era un alma libre. Cuando emprendió el vuelo atravesando los metales del metro antes de que se estrellase provocando más muertes, sintiéndose desnuda y contaminada por la brillante oscuridad que irradiaba el alma que cargaba en la mano, se resignó a regresar pronto al reino vacío y aburrido. Por un breve momento, comprendió la frustración y todos los detonantes de la tragedia, fue humana; sus ojos se llenaron, todo se fortaleció en ella y fue culpable y a la vez inocente.

lunes, 26 de octubre de 2015

Un padre a toda madre

La imagen es bella, un retrato, un adaptarse a los tiempos actuales. El hombre anda por la tienda de los artilugios extraños, el hijo viste de manera totalmente diferente a su padre, gusta de usar prendas de colores oscuros, los colgantes y aretes bien puestos y a la vista. 
     El papá anda como perdido por ratos, se entretiene con todo lo que ve, se ahoga en todas las nuevas tendencias que inundan una generación en la que  no pertenece ni pertenecerá.
     El truco está en su mirada. La mirada que reposa en su hijo, la atención medida, el dejarlo andar por ahí, el acercarse siendo padre y a la vez amigo; concepto explotado siempre de manera curiosa y errónea. Lo deja ser y es su cómplice, su compañero de aventura. 
     Le ayuda con las compras, nunca lo juzga con la mirada, no lo interroga, no lo presiona ni critica. Finalmente salen de la tienda, uno deposita la mano en el hombro del otro. En este punto es imposible definir qué son en realidad.

martes, 13 de octubre de 2015

Gafas oscuras

Héctor Carrillo Bustos

Con el cambio de grupos, no logro verte con tanta frecuencia como quisiera. Si quieres que nos pongamos poéticos; podemos decir que nuestros encuentros se rigen por un ritmo muerto. Algo bueno tenía que salir del curso de poesía que tomamos hace tiempo, no te burles. Cada que tengo la fortuna de cruzarme contigo, llevas eso encima, no me gusta para nada, es preocupante. Si bien dicen que los ojos son las ventanas del alma… ¡qué feas cortinas de cristal rectangular les pones encima! No sé por qué no me contestas, espero no incomodarte, también sabes que me molesto un poco cuando las personas no responden a lo que les digo; porque  me hacen sentir ignorado. Sé que tienes nuevos amigos, nueva pareja y yo sigo siendo un amigo de cursos anteriores: comprendo eso pero quiero saber la verdad. He escuchado rumores, aun así no me fio de nadie, creo en tu versión encima de la de los demás y la quiero escuchar.

     Laura prefiere guardar silencio: no mira por encima de las gafas a Humberto, ni se digna a hacer gestos que indiquen que le presta atención. Se molesta por no haberse fijado en el rostro conocido al momento de pagar el pasaje, también el hecho de que su supuesto mejor amigo la interrogue. Laura atrae toda la atención cuando porta las gafas, cuando no las tiene es como si no existiera, lo misterioso e interesante desaparece de su persona y vuelve a ser una chica normal, de la que nadie se preocupa. En el camión los chicos de secundaria sacan la mano por la ventana para insultar a los transeúntes, se escucha mucho: ¡Pinche!, ¡Puto!, ¡Pendejo!, ¡Imbécil!...  Mentadas de madre van y vienen. De vez en cuando voltean a molestar a algunos pasajeros, el camión está a su máxima capacidad. Mientras, Laura sólo piensa en llegar a Rosario a tiempo para que su novio no se moleste. Ha llegado tarde a su encuentro en varias ocasiones ya que no le gustaría fallarle de nuevo. No después de lo que pasó la última vez. Es buena aprendiendo de sus errores. Finalmente, cede ante la persistencia de Humberto por entablar una conversación.
     No sé de qué vayan los rumores, pero te aseguro que estoy bien. No tienes de qué preocuparte, ya sabes cómo acomodan los horarios, por eso no nos vemos, te echo de menos. Estoy bien, Humberto, hay días buenos y malo. Por cierto, bajo en Rosario, ¿tú? Eso no me suena para nada convincente, hasta que te quites eso de la cara te voy a creer. Bajo unas calles después, no cambies la conversación, esto es serio. Dicen que es por tu novio. No quiero que estés sufriendo, ya estamos grandes, ¿cierto? No te metas en asuntos que ya no deben importarte. Yo sé que lo quiero y sé que estamos bien, somos felices. Por favor, no te unas a ese grupo de personas que parece estar dedicada a joderme la vida con sus críticas y supuesta ayuda.

     Los jóvenes comienzan a hacer gestos obscenos hacia las personas mayores entre los pasajeros, empiezan a entonar cánticos groseros, brincan enloquecidos por la tardanza del camión. El vehículo se tambalea un poco al estar atrapado por el tráfico, común a las horas de salida de trabajadores y estudiantes. Los más desesperados abren las puertas trasera del camión y salen despavoridos entre los automóviles; otros arrojan besos hacia Laura y otras mujeres, ella no les toma importancia por lo que está tratando con Humberto.
     Ya empiezo a creer en los rumores. Qué triste y decepcionante. Te dejo de ver por un tiempo y empiezas a salir con un loco. Entonces todo es cierto: que estuvo un tiempo encerrado, que es mayor, que es un delincuente; cualquier cosa puede ser realidad ahora. No sabes cómo me duele tener que creer en lo que dicen otras personas, mientras tú me ignoras. No te ignoro, ¿no entiendes que no te quiero contestar? Piensa lo que quieras, si eres mi amigo, comprenderás. No me vengas con esas tonterías, ¿ves cómo reaccionas? Está mal y lo sabes, tienes que dejar eso, no es saludable, lo que dicen las personas es verdad. Te queremos ayudar siendo sinceros, no me imagino lo que estarán viviendo tus papás.

     Humberto trata de hacer entender a Laura en medio del alboroto infernal que se ha desatado, la toma por los brazos y la sacude para que entre en razón. Los chicos se siguen arrojando bruscamente por las puertas traseras y han comenzado a hacer lo mismo en las frontales. Se llevan a muchos pasajeros entre los grupos pequeños que salen por las puertas, se estrellan contra el suelo con violencia, se levantan y empiezan a caminar, tratando de ignorar las prendas manchadas y las heridas. Se escuchan gritos, alboroto de desesperación y encierro, el conductor maldice todo lo que puede, algunos chicos comienzan a atacarlo. Primero con palabras, luego con golpes. El conductor se rinde y les dirige miradas cargadas de culpa a los inocentes que terminan tirados en el suelo por culpa de los estudiantes. Laura está furiosa por estar escuchando el sermón de Humberto mientras los niños se vuelven locos. Logra levantarse con esfuerzo y con bruscos movimientos aleja a Humberto. Las gafas vuelan por el aire después de que Laura le soltase un manotazo a su amigo. Los chicos se dan cuenta de su deplorable estado. Las burlas explotan: las risas son estridentes, los pasajeros atrapados lloran por la terrible escena de la que son testigos.
     Laura, no, no puedo verte así. Por favor, regresa, siéntate. Ignóralos, no son más que unos estúpidos niños malcriados. Regresa, yo te voy a ayudar a resolver esto. Por lo que más quieras, no puedes hacer lo mismo que ellos, no puedes bajar de esa manera. Tampoco puedes llegar a Rosario en este estado, como si no supieras que va a pensar cuando te vea así, llorando.

    Qué maricón, no pudiste hacer nada por ella. Parece mapache. Qué bonita y qué pendeja. Vamos, no la dejes ir campeón. Tú puedes. Arréglale la cara. O se la jodes más. Mírenle la cara, mírenle la cara, todos. Así está mi tía de jodida, así las deben de dejar. Qué madriza le pusieron, alguna pendejada hizo. Tiene la carita pintada. Bien merecido lo tiene. Así hay que tratarlas. Parece payasita.

     Los niños dicen cuánto pueden contra Laura y Humberto. Se mofan hasta el hartazgo. Por un momento, al ponerse el sol, sombras extrañas se proyectan sobre los chicos, creando una ilusión de grandeza, parecen adultos y sus caras también se distorsionan hasta un punto atemorizante. La escena es aterradora por parecer tan común gracias a las sombras, el sol termina por esconderse y la ilusión se desvanece.

     Laura escapa como puede, con el rostro descubierto, las manchas de indefinidas tonalidades expuestas ante todos. Empuja y tira a muchas personas al salir despavoridamente por las puertas traseras. Fuera, la lluvia se desata con violencia: las gotas se estrellan contra el metal del camión, las burlas cesan por el inesperado cambio climático y esa distracción beneficia a Laura en su escape. Eso no evita que al correr Humberto tras su amiga, algunos de los niños más grandes le pongan una zancadilla, lo empujan infinidad de veces. Con golpes en la cara y en el cuerpo, entregado a la derrota, logra ponerse de pie y resignado puede ver a Laura correr entre los automóviles. Cuando encuentra la acera, Laura mira hacia los lados y luego busca algo en su bolso con desesperación, al final saca algo de entre las profundidades del mismo mientras Humberto la mira ansioso a través de la ventana perlada de gotas. Cuando el motor revive gloriosamente, producto del movimiento de varios automóviles, se sorprende al no encontrar la mirada de su amiga entre la lluvia. Unas gafas idénticas a las que se perdieron en el camión cubren parte de su rostro. Lo último que Humberto ve antes de que el transporte retome su trayecto en tiempo y forma, es que Laura se da media vuelta y comienza a caminar, decidida, preparada para seguir sufriendo. Laura está lista para recibir el castigo por su tardanza, por las lágrimas, por las ropas descuidadas. Anda con cuidado debajo de la lluvia torrencial, desprovista de mayor protección, con las gafas oscuras bien puestas… Como si nada hubiera pasado.

domingo, 11 de octubre de 2015

Southpaw, de Antoine Fuqua

Southpaw entra en la enorme y reconocida categoría de películas de boxeo que es condimentada con hechos crueles de la vida del peleador durante el film. 
     Es sabido que la vida del medio es insufrible, la presión, los enfoques sensacionalistas y la demoledora acción de la prensa sobre el personaje. 
     Southpaw se salva de caer entre muchas películas de pelea por trazar una interesante y triste línea argumental que habla de la infancia y el sufrimiento que se vive en etapas difíciles, el crecimiento cuando la sociedad parece no tenderte la mano.
     Ese es el punto más fuerte y significativo de la película, más allá del conocido cambio de actitud que se espera desde un principio por parte de Hope con ayuda de su entrenador y las duras pruebas que se le van presentando.
     Se destacan enormemente las actuaciones de Gyllenhaal y Whitaker, se menosprecia la de Rachel McAdams por el breve papel que realiza, siendo que se convierte en un punto vital de la trama,  no termina de cautivar ni de llenar con las escenas en las que actúa. Es interesante en ciertos aspectos como el manejo de cámaras, el casi doloroso HD que funciona para hacer ver todo ostentoso y distinguir los ambientes principales que se manejan, como lo son lo pobre y lo rico. 
2.5 de 4 palomazos



Imagen obtenida desde: http://www.eliberico.com/critica-de-southpaw-2015-si-hace-dinero-tiene-sentido.html

viernes, 9 de octubre de 2015

Nada, de Janne Teller




Nada es uno de esos libros que fluye con velocidad como texto narrativo extraordinario, cuya trama va haciéndose mas complicada pero a la vez sencilla al reflejarse en la novela la existencia, los principios y realidades del ser humano. Una problemática a primera instancia infantil, que funciona como retrato de la inocencia y la perdida de ésta, indicándonos un camino que como lectores debemos recorrer y como en todos los viajes, se esperan virajes inesperados. 
     Un libro que se ha ganado a pulso la fama que ha cosechado con el tiempo y los comentarios positivos que desfilan por las solapas del libro. Prohibida en su momento en ciertas áreas y actualmente vetada de lectura en algunos lugares, Nada sigue siendo buscada y adquirida desaforadamente por adultos y jóvenes, que quieren saber mas de la polémica novela.
     Resulta que Nada se podría comparar con el clásico de William Golding: El señor de las moscas, es inevitable hacer este tipo comparaciones, y se podría asegurar que es ésta una versión moderna de la novela referida anteriormente, con tintes de civilización actual y dependendiente de modelos establecidos por la sociedad.
     Es una historia con infantes (y no enteramente para infantes) que al terminar la lectura deja ciertas dudas y cuestiones filosóficas en el aire, con libre interpretación del lector. La autora buscaba que el eco de sus letras plasmadas en papel, quedarán en la mente y alma literaria de quien leyera su obra. A trompicones, contra adversidades ideológicas y por fuerzas editoriales adversas en su momento, Janne Teller lo logra.
     Agnes es el foco de atención, lazo interesante e hilo conductor por el cual brincaremos hacia otras personalidades de personajes que por unas cuantas líneas se hacen entrañables, ocurrentes, directos y en algunas circunstancias desalmados.
     La lectura es ligera al tener una estructura narrativa sencilla y de lectura rápida, de fácil digestión y contener un conflicto que va creciendo como bola de nieve en pendiente y su mensaje que se hace más pesado hacia el final.
     Una novela que logra su lugar en el estante, lectura que necesita ser leída en los tiempos actuales.


Dedicado a Alejandra por la recomendación de la lectura. Siempre tuyo.

Ojos vacíos

Héctor Carrillo Bustos

El hecho de que no estés es terrible, pero no poder reclamarte nada por mi dolor es peor. Eres un hueco en mi vida, un sufrimiento sin fin. El espejo me devuelve una terrible y deteriorada imagen; las huellas apenas identificables de una vida decente; quedan los inmensos surcos en la piel; el cansancio de los sueños perdidos como marca indeleble. Con mi carne te recuerdo, el tiempo compartido y también tu desaparición. Es hasta este momento que te acepto, acepto todo lo que fuiste y lo que significaste; logro perdonarte a pesar de todas las recriminaciones ahogadas. Aunque los sonidos que provienen del exterior son demasiado fuertes, yo sólo te escucho a ti, como lo he hecho fielmente todas las noches.
     Eras lo bueno, lo mejor dentro de todo lo peor, porque en ti había algo maravilloso e inquietante que robaba la atención de todos; las preguntas que se formulaban en el aire, palabras nunca pronunciadas, misterio como aura infinita. Todo lo que eras me ha traído hasta este punto, los lugares y las situaciones, el momento; la puerta siendo siendo azotada con desesperación.
     En la fría mirada del reflejo reconozco algo tuyo. Los ojos vacíos que eran tan característicos de tu persona, la mística nebulosa que tenían de fondo, los secretos y mentiras que cargaba tu mirada. Ahora tus ojos son mis ojos, hemos intercambiado nuestras vidas, nuestra existencia es la misma, intento establecer una conexión inmediata más real contigo mientras los gritos que estallan con mi nombre  aumentan y el efecto es más potente. Siento mis venas inundadas, grandes cantidades de energía desconocida penetran todo, lo que estaba vacío se llena.
     Con los mareos regresan nuestros recuerdos: las carreras infinitas, las travesuras, el retrato de una juventud vivida desenfrenadamente. Cuando me dejaste pusiste el último clavo, me hundiste en la miseria, todos decían cosas horribles de ti; de tu origen, de tu paradero. No presté atención a los rumores pero algo de todo captaba y guardaba, funcionaba como máquina receptora, la información se almacenaba, aunque no sirviera de nada.
     La única realidad que estuvo siempre conmigo fue que ya no te vería más, que las tardes que tanto disfrutamos cerca del muelle, bailoteando mientras el sol exhalaba sus últimos minutos para luego reposar y permitir el dominio de la luna. Cuando teníamos que regresar corriendo a nuestras casas en medio de la oscuridad, todo eso no regresaría nunca. Nada es igual a mí alrededor, tiembla y adquiere una apariencia borrosa, ridícula y caricaturesca.

     Al caer todo deja de ser como lo conozco, cuando me incorporo y veo mi cuerpo tendido mientras logran abrir la puerta, lo entiendo todo. Sigo diciendo tu nombre y trato de soportar el frío, pero no estás aquí tampoco. Aún vives y nuevamente no compartimos este espacio existencial, tu esencia y mi esencia se encuentran tan lejanas en realidad, tu frío no es el mismo frío que experimento, el de la muerte. Espero que en algún momento me puedas acompañar, corriendo en la noche como solíamos hacerlo.

martes, 6 de octubre de 2015

Un resplandor imparable

     Héctor Carrillo Bustos

Cuando se lanzó hacia la carretera, sabíamos que estaba dispuesto a todo, su plan estaba trazado y por la velocidad que adquirió en cuestión de minutos, comprendimos que no tenía intención alguna de detenerse.
     El objetivo era atraparlo y arrebatarle lo que había robado, se especulaba demasiado; nunca se supo a ciencia cierta qué contenía ni cómo, de algún modo, se hizo con aquello, pronto se dijo que era importante y peligroso. Se trataba de algo que no debía caer en las manos equivocadas. La motocicleta se difuminaba en la oscuridad de la noche, profunda y distante, pero tan cercana al conductor que parecía tragárselo poco a poco. Toda la escena se asemejaba a un enorme y hermoso cuadro, de trazos delicados, prolongados hasta el infinito.
     El conductor sabía por dónde conducía, la carretera desierta lo favorecía, su destreza y sencillez manejando hizo evidente su experiencia, en cuanto a caminos y rutas se refiere, superando a varios integrantes del grupo perseguidor; que no paraban de descargar los puños con violencia sobre el claxon para robar su atención hasta cierto punto y lograr que se rindiera por culpa de la presión.
     El alboroto de los motores era ensordecedor, componían una caótica melodía junto con el de las llantas quemándose y los cláxones siendo apretados hasta casi descomponerse; las ventanillas a medio subir, el cuero de los volantes desbaratándose por la tensión. El conductor volteaba con frecuencia, probablemente arrepintiéndose de lo que hacía, probablemente no. El cristal negro del casco nos impedía ver su rostro, sin poder discernir qué era lo que sentía, qué gestos hacía, qué se plasmaba en él.
     Era por la luz de la motocicleta que su localización era fácil, pero estaba funcionando una especie de acuerdo silencioso: el conductor que aferraba aquello robado contra su pecho sabía que si apagaba la luz, el grupo sufriría por recuperar su rastro, sabía que tendría minutos de ventaja pero era la increíble oscuridad que se cernía sobre todos la que lo atemorizaba más que el ruidoso alboroto detrás suyo.
     Al llegar a la precipitada carretera de San Luis y toparse con una multitud de automóviles atrapados por el tráfico, y ver que se alejaba la motocicleta, varios se miraron por encima de los vidrios polarizados para enviarse una mirada de comprensión mezclada con derrota, mientras escuchaban los gritos de júbilo sofocados por el casco del mismo conductor misterioso, mientras huía hacia su libertad.
     Las alertas se dispararon ruidosamente, los ánimos se elevaron y fue como si tuvieran el poder absoluto, era el momento de darlo todo, el nuevo equipo llegaba y estaba preparado para relevar a aquellos que se encontraban perdidos entre cientos de automóviles, y llevar consigo a los que seguían dispuestos a atrapar al ladrón. De alguna manera, ellos sabían muy bien al igual que el conductor que detenerse no era una opción. Los valientes saltamos sobre la espalda de los recién llegados, una fuerza nos unía y nos prohibía abandonar la misión.
     La carretera de San Luis parecía sucumbir poco a poco ante la oscuridad, que se encontraba violentada por la velocidad y el sonido producido por todas las motocicletas que iban casi a la par del ladrón, que tenía la apariencia de un muñeco al que estaba a punto de salírsele el casco de hule.
     Lo terrible de esa carretera era que terminaba abruptamente en un precipicio, todo por culpa de un accidente interno que ocasionó la explosión y desprendimiento del terreno... San Luis era peligroso si no se sabía por dónde se andaba. El equipo especial estaba sobre él, no había escapatoria; todos íbamos hacia la muerte persiguiendo al enemigo o nos rendíamos y dejábamos que tomara la ruta de Cabeza de Manzana hacia el este.
     El motociclista hizo una acrobacia peligrosa que provocó gran revuelo al levantar todo la tierra y piedras asentadas cerca del final de la carretera: algunos salieron volando de su motocicleta, extrañados por la acción y creo que otros se replegaron temiendo por su vida. Pasó lo extraordinario: el motociclista había apagado la luz y fue como si esa acrobacia hubiera sido su rebeldía materializada, su abrazo al destino y la aceptación de la derrota.
     Cuando logramos recuperar la visión, ubicamos a la distancia la motocicleta, tan cerca del precipicio que algunos pensaron que estaba a punto de caer, parecía que pendía de un hilo invisible que lo aferraba al terreno pedregoso. Se acercaron todo lo que pudieron, esperando que algo terrible pasara: una explosión, un grito o un lamento.
     Nada de eso pasó y al detenerse finalmente, en el mismo momento en que los primeros rayos del día los deslumbraban y provocaban que varios se pusieran las gafas de sol, pudieron ver con nitidez el cuerpo de la motocicleta. Estaba cubierta de polvo y con el tubo de escape torcido. No había rastros del conductor, ni fluidos para llegar a él o algo de lo que había sido robado. Exclamaciones de asombro se intercambiaron, unos cuantos insultos, saliva siendo escupida para estamparse en el suelo como señal de desaliento. Todos coincidían en que lo único visible que quedaba del ladrón era su casco.
     El cristal estaba roto, como si el conductor expresara su libertad y afirmara que nos podía mirar cuando quisiera, mostrándonos por fin su verdadera expresión. El aire parecía no llegar hasta nosotros, los eventos de la noche seguían vívidos en nuestros ojos, repitiéndose sin cesar.
      Al desaparecer, se había liberado de sus perseguidores, pero había aceptado esa oscuridad que lo perseguía antes que ellos, había logrado entablar una relación con lo que no dejaba de mirarlo desde arriba, dispuesto a consumirlo sin pensarlo dos veces.

domingo, 4 de octubre de 2015

Con ganas de ahogarse

                           Héctor Carrillo Bustos

La lluvia despertó a Santiago. El incesante palpitar del agua contra la madera de la  casa, la instantánea preocupación por las grandes lluvias que pronosticaban día y noche, el peligro inminente. El fenómeno tenía un nombre pero a Santiago no le agradaba decirlo, uno tan sencillo pero cargado de significado. El comienzo de esa lluvia de octubre lo despertó bruscamente de su sueño y le dijo que era sólo el principio de una terrible época de perdida y desastre. «Las tierras en las que habito no están preparadas para eso», pensó Santiago antes de cerrar los ojos y entregarse a las profundidades del sueño nuevamente.
     Qué ganas de abrazar a Santiago. El pobrecito ha de estar bien arropado, preocupado como siempre; buscando respuestas en el techo como si pudiera encontrarse cara a cara con la lluvia. Quiero llevarle algo. Un pan, un cafecito, un chocolate, una olla pequeña de arroz con leche. Cualquier cosa que lo complazca. Vive tan lejos, debí haberme mudado cuando pude. Lo amo tanto, hemos pospuesto por tanto tiempo nuestra boda que casi sueño con ella, como si la lluvia y el desastre no importaran, como si fuera algo de otro mundo. Qué ganas de estar con él ahora mismo.
     Por más que lo intentó, Santiago no pudo alejar los malos sueños de su descanso, eran como gotas de lluvia que le traspasaban, no lo mojaban; lo herían. Se dedicó a arreglar pequeños detalles en su habitación mientras pensaba en Salomé, una mujer que lo pretendía desde que eran muy jóvenes, y que finalmente, ante todas las adversidades, logró hacerla su pareja de vida. Santiago era feliz con ella. Su cuerpo era un refugio donde se podía resguardar de males menores, ya que ella era amable, atenta y cuidadosa. Santiago se la imaginó dando vueltas por su casa como loca, seguramente pensando en él, planeando algo para hacerlo olvidar la lluvia por un rato. Ese sencillo pensamiento lo tranquilizó.
     Son muchos los males que tiene que soportar todos los días, por eso no lo molesto. Trato de no estar sobre él todo el tiempo para que no se sienta presionado. No recuerdo cuándo fue nuestra última discusión, hemos hecho de nuestra relación algo tranquilo, con cierto ritmo, sencillo. Me enamoré al poco tiempo de conocerlo, seguro fue algo de esa delicadeza, ese andar tan descuidado, los comentarios al aire, algunos entorpecidos por la velocidad de sus pensamientos. Todos decían que estaba tirando mi juventud por la borda al juntarme con Santiago, que cuánto tiempo sin casarnos, que por qué no teníamos hijos. Todo eso no importaba, era irrelevante en comparación al gran amor que sentía y sigo sintiendo por él. La vida sin Santiago sería imposible. Si pudiera lo  protegería de los peligros, huiríamos hacia algún lugar donde la lluvia no nos alcanzase nunca. Un lugar lejano, una casita donde vivir tranquilamente, con pocos vecinos, sin presión social del matrimonio y las parejas perfectas. Me siento incompleta ahora, quisiera abrazarlo tan fuerte, lo siento tan lejano; como si fuera un fantasma.
     Santiago estaba ansioso, los pensamientos sobre Salomé se habían evaporado,  el molesto sonido del  agua que entraba por un pequeño orificio en el techo lo perturbaba, el suelo de la cocina resbaladizo, el frío adueñándose de la casa.      
     Santiago anduvo con cuidado, tratando de encontrar algún recipiente útil para retener el agua. Después de colocarlo en el suelo, miró por la ventana, lo cautivó el ritmo de la lluvia, la bella y salvaje naturaleza del agua. Recordó sus sueños y con terror se imaginó estar en medio del desastre que golpearía brutalmente a la ciudad a finales del año. Deseó no estar solo nunca más, deseó la pena y el dolor compartido con su pareja. Las lágrimas se le atragantaron, sintió unas enormes ganas de ahogarse al lado de su amada, repleto de nostalgia mezclada con cariño, ahogarse de ella, ahogarse de su amor hasta los últimos suspiros. Sintió la ausencia de Salomé en ese momento; en muchos momentos que aún no pasaban, la extrañó en el caos y fuera de él.
     Retrocedió torpemente, cargando toneladas de miedo sobre sus hombros y resbaló por el suelo mojado. Su cabeza se estrelló violentamente, y por un momento la sencillez de la escena dramática y estúpida de su muerte le causó una modesta comicidad, mientras recordaba a Salomé por última vez y abandonaba su cuerpo, convencido con tristeza de que nunca se ahogarían juntos.