Héctor Carrillo Bustos
El
hecho de que no estés es terrible, pero no poder reclamarte nada por mi dolor
es peor. Eres un hueco en mi vida, un sufrimiento sin fin. El espejo me
devuelve una terrible y deteriorada imagen; las huellas apenas identificables
de una vida decente; quedan los inmensos surcos en la piel; el cansancio de los
sueños perdidos como marca indeleble. Con mi carne te recuerdo, el tiempo
compartido y también tu desaparición. Es hasta este momento que te acepto,
acepto todo lo que fuiste y lo que significaste; logro perdonarte a pesar de
todas las recriminaciones ahogadas. Aunque los sonidos que provienen del
exterior son demasiado fuertes, yo sólo te escucho a ti, como lo he hecho
fielmente todas las noches.
Eras lo bueno, lo mejor dentro de todo lo
peor, porque en ti había algo maravilloso e inquietante que robaba la atención
de todos; las preguntas que se formulaban en el aire, palabras nunca
pronunciadas, misterio como aura infinita. Todo lo que eras me ha traído hasta
este punto, los lugares y las situaciones, el momento; la puerta siendo siendo
azotada con desesperación.
En la fría mirada del reflejo reconozco
algo tuyo. Los ojos vacíos que eran tan característicos de tu persona, la mística
nebulosa que tenían de fondo, los secretos y mentiras que cargaba tu mirada.
Ahora tus ojos son mis ojos, hemos intercambiado nuestras vidas, nuestra
existencia es la misma, intento establecer una conexión inmediata más real
contigo mientras los gritos que estallan con mi nombre aumentan y el efecto es más potente. Siento
mis venas inundadas, grandes cantidades de energía desconocida penetran todo,
lo que estaba vacío se llena.
Con los mareos regresan nuestros
recuerdos: las carreras infinitas, las travesuras, el retrato de una juventud
vivida desenfrenadamente. Cuando me dejaste pusiste el último clavo, me
hundiste en la miseria, todos decían cosas horribles de ti; de tu origen, de tu
paradero. No presté atención a los rumores pero algo de todo captaba y
guardaba, funcionaba como máquina receptora, la información se almacenaba,
aunque no sirviera de nada.
La única realidad que estuvo siempre
conmigo fue que ya no te vería más, que las tardes que tanto disfrutamos cerca
del muelle, bailoteando mientras el sol exhalaba sus últimos minutos para luego
reposar y permitir el dominio de la luna. Cuando teníamos que regresar
corriendo a nuestras casas en medio de la oscuridad, todo eso no regresaría
nunca. Nada es igual a mí alrededor, tiembla y adquiere una apariencia borrosa,
ridícula y caricaturesca.
Al caer todo deja de ser como lo conozco, cuando me incorporo y veo mi cuerpo tendido mientras logran abrir la puerta, lo
entiendo todo. Sigo diciendo tu nombre y trato de soportar el frío, pero no estás
aquí tampoco. Aún vives y nuevamente no compartimos este espacio existencial,
tu esencia y mi esencia se encuentran tan lejanas en realidad, tu frío no es el
mismo frío que experimento, el de la muerte. Espero que en algún momento me
puedas acompañar, corriendo en la noche como solíamos hacerlo.
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