viernes, 9 de octubre de 2015

Ojos vacíos

Héctor Carrillo Bustos

El hecho de que no estés es terrible, pero no poder reclamarte nada por mi dolor es peor. Eres un hueco en mi vida, un sufrimiento sin fin. El espejo me devuelve una terrible y deteriorada imagen; las huellas apenas identificables de una vida decente; quedan los inmensos surcos en la piel; el cansancio de los sueños perdidos como marca indeleble. Con mi carne te recuerdo, el tiempo compartido y también tu desaparición. Es hasta este momento que te acepto, acepto todo lo que fuiste y lo que significaste; logro perdonarte a pesar de todas las recriminaciones ahogadas. Aunque los sonidos que provienen del exterior son demasiado fuertes, yo sólo te escucho a ti, como lo he hecho fielmente todas las noches.
     Eras lo bueno, lo mejor dentro de todo lo peor, porque en ti había algo maravilloso e inquietante que robaba la atención de todos; las preguntas que se formulaban en el aire, palabras nunca pronunciadas, misterio como aura infinita. Todo lo que eras me ha traído hasta este punto, los lugares y las situaciones, el momento; la puerta siendo siendo azotada con desesperación.
     En la fría mirada del reflejo reconozco algo tuyo. Los ojos vacíos que eran tan característicos de tu persona, la mística nebulosa que tenían de fondo, los secretos y mentiras que cargaba tu mirada. Ahora tus ojos son mis ojos, hemos intercambiado nuestras vidas, nuestra existencia es la misma, intento establecer una conexión inmediata más real contigo mientras los gritos que estallan con mi nombre  aumentan y el efecto es más potente. Siento mis venas inundadas, grandes cantidades de energía desconocida penetran todo, lo que estaba vacío se llena.
     Con los mareos regresan nuestros recuerdos: las carreras infinitas, las travesuras, el retrato de una juventud vivida desenfrenadamente. Cuando me dejaste pusiste el último clavo, me hundiste en la miseria, todos decían cosas horribles de ti; de tu origen, de tu paradero. No presté atención a los rumores pero algo de todo captaba y guardaba, funcionaba como máquina receptora, la información se almacenaba, aunque no sirviera de nada.
     La única realidad que estuvo siempre conmigo fue que ya no te vería más, que las tardes que tanto disfrutamos cerca del muelle, bailoteando mientras el sol exhalaba sus últimos minutos para luego reposar y permitir el dominio de la luna. Cuando teníamos que regresar corriendo a nuestras casas en medio de la oscuridad, todo eso no regresaría nunca. Nada es igual a mí alrededor, tiembla y adquiere una apariencia borrosa, ridícula y caricaturesca.

     Al caer todo deja de ser como lo conozco, cuando me incorporo y veo mi cuerpo tendido mientras logran abrir la puerta, lo entiendo todo. Sigo diciendo tu nombre y trato de soportar el frío, pero no estás aquí tampoco. Aún vives y nuevamente no compartimos este espacio existencial, tu esencia y mi esencia se encuentran tan lejanas en realidad, tu frío no es el mismo frío que experimento, el de la muerte. Espero que en algún momento me puedas acompañar, corriendo en la noche como solíamos hacerlo.

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