Héctor Carrillo Bustos
Con el
cambio de grupos, no logro verte con tanta frecuencia como quisiera. Si quieres
que nos pongamos poéticos; podemos decir que nuestros encuentros se rigen por
un ritmo muerto. Algo bueno tenía que salir del curso de poesía que tomamos
hace tiempo, no te burles. Cada que tengo la fortuna de cruzarme contigo,
llevas eso encima, no me gusta para nada, es preocupante. Si bien dicen que los
ojos son las ventanas del alma… ¡qué feas cortinas de cristal rectangular les
pones encima! No sé por qué no me contestas, espero no incomodarte, también
sabes que me molesto un poco cuando las personas no responden a lo que les digo;
porque me hacen sentir ignorado. Sé que
tienes nuevos amigos, nueva pareja y yo sigo siendo un amigo de cursos
anteriores: comprendo eso pero quiero saber la verdad. He escuchado rumores,
aun así no me fio de nadie, creo en tu versión encima de la de los demás y la
quiero escuchar.
Laura prefiere guardar silencio: no mira
por encima de las gafas a Humberto, ni se digna a hacer gestos que indiquen que
le presta atención. Se molesta por no haberse fijado en el rostro conocido al momento
de pagar el pasaje, también el hecho de que su supuesto mejor amigo la
interrogue. Laura atrae toda la atención cuando porta las gafas, cuando no las
tiene es como si no existiera, lo misterioso e interesante desaparece de su
persona y vuelve a ser una chica normal, de la que nadie se preocupa. En el camión
los chicos de secundaria sacan la mano por la ventana para insultar a los
transeúntes, se escucha mucho: ¡Pinche!, ¡Puto!, ¡Pendejo!, ¡Imbécil!... Mentadas de madre van y vienen. De vez en
cuando voltean a molestar a algunos pasajeros, el camión está a su máxima
capacidad. Mientras, Laura sólo piensa en llegar a Rosario a tiempo para que su
novio no se moleste. Ha llegado tarde a su encuentro en varias ocasiones ya que
no le gustaría fallarle de nuevo. No después de lo que pasó la última vez. Es
buena aprendiendo de sus errores. Finalmente, cede ante la persistencia de
Humberto por entablar una conversación.
No sé de qué vayan los rumores, pero te
aseguro que estoy bien. No tienes de qué preocuparte, ya sabes cómo acomodan
los horarios, por eso no nos vemos, te echo de menos. Estoy bien, Humberto, hay
días buenos y malo. Por cierto, bajo en Rosario, ¿tú? Eso no me suena para nada
convincente, hasta que te quites eso de la cara te voy a creer. Bajo unas
calles después, no cambies la conversación, esto es serio. Dicen que es por tu
novio. No quiero que estés sufriendo, ya estamos grandes, ¿cierto? No te metas
en asuntos que ya no deben importarte. Yo sé que lo quiero y sé que estamos
bien, somos felices. Por favor, no te unas a ese grupo de personas que parece
estar dedicada a joderme la vida con sus críticas y supuesta ayuda.
Los jóvenes comienzan a hacer gestos
obscenos hacia las personas mayores entre los pasajeros, empiezan a entonar
cánticos groseros, brincan enloquecidos por la tardanza del camión. El vehículo
se tambalea un poco al estar atrapado por el tráfico, común a las horas de
salida de trabajadores y estudiantes. Los más desesperados abren las puertas
trasera del camión y salen despavoridos entre los automóviles; otros arrojan
besos hacia Laura y otras mujeres, ella no les toma importancia por lo que está
tratando con Humberto.
Ya empiezo a creer en los rumores. Qué
triste y decepcionante. Te dejo de ver por un tiempo y empiezas a salir con un
loco. Entonces todo es cierto: que estuvo un tiempo encerrado, que es mayor,
que es un delincuente; cualquier cosa puede ser realidad ahora. No sabes cómo
me duele tener que creer en lo que dicen otras personas, mientras tú me
ignoras. No te ignoro, ¿no entiendes que no te quiero contestar? Piensa lo que
quieras, si eres mi amigo, comprenderás. No me vengas con esas tonterías, ¿ves
cómo reaccionas? Está mal y lo sabes, tienes que dejar eso, no es saludable, lo
que dicen las personas es verdad. Te queremos ayudar siendo sinceros, no me imagino
lo que estarán viviendo tus papás.
Humberto trata de hacer entender a Laura
en medio del alboroto infernal que se ha desatado, la toma por los brazos y la
sacude para que entre en razón. Los chicos se siguen arrojando bruscamente por
las puertas traseras y han comenzado a hacer lo mismo en las frontales. Se
llevan a muchos pasajeros entre los grupos pequeños que salen por las puertas,
se estrellan contra el suelo con violencia, se levantan y empiezan a caminar, tratando
de ignorar las prendas manchadas y las heridas. Se escuchan gritos, alboroto de
desesperación y encierro, el conductor maldice todo lo que puede, algunos
chicos comienzan a atacarlo. Primero con palabras, luego con golpes. El conductor
se rinde y les dirige miradas cargadas de culpa a los inocentes que terminan
tirados en el suelo por culpa de los estudiantes. Laura está furiosa por estar
escuchando el sermón de Humberto mientras los niños se vuelven locos. Logra
levantarse con esfuerzo y con bruscos movimientos aleja a Humberto. Las gafas
vuelan por el aire después de que Laura le soltase un manotazo a su amigo. Los
chicos se dan cuenta de su deplorable estado. Las burlas explotan: las risas
son estridentes, los pasajeros atrapados lloran por la terrible escena de la
que son testigos.
Laura, no, no puedo verte así. Por favor,
regresa, siéntate. Ignóralos, no son más que unos estúpidos niños malcriados.
Regresa, yo te voy a ayudar a resolver esto. Por lo que más quieras, no puedes
hacer lo mismo que ellos, no puedes bajar de esa manera. Tampoco puedes llegar
a Rosario en este estado, como si no supieras que va a pensar cuando te vea
así, llorando.
Qué maricón, no pudiste hacer nada por
ella. Parece mapache. Qué bonita y qué pendeja. Vamos, no la dejes ir campeón.
Tú puedes. Arréglale la cara. O se la jodes más. Mírenle la cara, mírenle la
cara, todos. Así está mi tía de jodida, así las deben de dejar. Qué madriza le
pusieron, alguna pendejada hizo. Tiene la carita pintada. Bien merecido lo
tiene. Así hay que tratarlas. Parece payasita.
Los niños dicen cuánto pueden contra Laura
y Humberto. Se mofan hasta el hartazgo. Por un momento, al ponerse el sol, sombras extrañas se proyectan sobre los
chicos, creando una ilusión de grandeza, parecen adultos y sus caras también se
distorsionan hasta un punto atemorizante. La escena es aterradora por parecer
tan común gracias a las sombras, el sol termina por esconderse y la ilusión se
desvanece.
Laura escapa como puede, con el rostro
descubierto, las manchas de indefinidas tonalidades expuestas ante todos. Empuja
y tira a muchas personas al salir despavoridamente por las puertas traseras. Fuera,
la lluvia se desata con violencia: las gotas se estrellan contra el metal del
camión, las burlas cesan por el inesperado cambio climático y esa distracción
beneficia a Laura en su escape. Eso no evita que al correr Humberto tras su
amiga, algunos de los niños más grandes le pongan una zancadilla, lo empujan
infinidad de veces. Con golpes en la cara y en el cuerpo, entregado a la
derrota, logra ponerse de pie y resignado puede ver a Laura correr entre los
automóviles. Cuando encuentra la acera, Laura mira hacia los lados y luego
busca algo en su bolso con desesperación, al final saca algo de entre las
profundidades del mismo mientras Humberto la mira ansioso a través de la
ventana perlada de gotas. Cuando el motor revive gloriosamente, producto del
movimiento de varios automóviles, se sorprende al no encontrar la mirada de su
amiga entre la lluvia. Unas gafas idénticas a las que se perdieron en el camión
cubren parte de su rostro. Lo último que Humberto ve antes de que el transporte
retome su trayecto en tiempo y forma, es que Laura se da media vuelta y
comienza a caminar, decidida, preparada para seguir sufriendo. Laura está lista
para recibir el castigo por su tardanza, por las lágrimas, por las ropas
descuidadas. Anda con cuidado debajo de la lluvia torrencial, desprovista de
mayor protección, con las gafas oscuras bien puestas… Como si nada hubiera
pasado.
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