Héctor Carrillo Bustos
Qué ganas de abrazar a Santiago. El
pobrecito ha de estar bien arropado, preocupado como siempre; buscando
respuestas en el techo como si pudiera encontrarse cara a cara con la lluvia.
Quiero llevarle algo. Un pan, un cafecito, un chocolate, una olla pequeña de
arroz con leche. Cualquier cosa que lo complazca. Vive tan lejos, debí haberme
mudado cuando pude. Lo amo tanto, hemos pospuesto por tanto tiempo nuestra boda
que casi sueño con ella, como si la lluvia y el desastre no importaran, como si
fuera algo de otro mundo. Qué ganas de estar con él ahora mismo.
Por más que lo intentó, Santiago no pudo
alejar los malos sueños de su descanso, eran como gotas de lluvia que le
traspasaban, no lo mojaban; lo herían. Se dedicó a arreglar pequeños detalles
en su habitación mientras pensaba en Salomé, una mujer que lo pretendía desde
que eran muy jóvenes, y que finalmente, ante todas las adversidades, logró
hacerla su pareja de vida. Santiago era feliz con ella. Su cuerpo era un
refugio donde se podía resguardar de males menores, ya que ella era amable, atenta y
cuidadosa. Santiago se la imaginó dando vueltas por su casa como loca, seguramente
pensando en él, planeando algo para hacerlo olvidar la lluvia por un rato. Ese
sencillo pensamiento lo tranquilizó.
Son muchos los males que tiene que
soportar todos los días, por eso no lo molesto. Trato de no estar sobre él todo
el tiempo para que no se sienta presionado. No recuerdo cuándo fue nuestra
última discusión, hemos hecho de nuestra relación algo tranquilo, con cierto
ritmo, sencillo. Me enamoré al poco tiempo de conocerlo, seguro fue algo de esa
delicadeza, ese andar tan descuidado, los comentarios al aire, algunos
entorpecidos por la velocidad de sus pensamientos. Todos decían que estaba
tirando mi juventud por la borda al juntarme con Santiago, que cuánto tiempo
sin casarnos, que por qué no teníamos hijos. Todo eso no importaba, era
irrelevante en comparación al gran amor que sentía y sigo sintiendo por él. La
vida sin Santiago sería imposible. Si pudiera lo protegería de los peligros, huiríamos hacia
algún lugar donde la lluvia no nos alcanzase nunca. Un lugar lejano, una casita
donde vivir tranquilamente, con pocos vecinos, sin presión social del
matrimonio y las parejas perfectas. Me siento incompleta ahora, quisiera
abrazarlo tan fuerte, lo siento tan lejano; como si fuera un fantasma.
Santiago estaba ansioso, los pensamientos
sobre Salomé se habían evaporado, el
molesto sonido del agua que entraba por un
pequeño orificio en el techo lo perturbaba, el suelo de la cocina resbaladizo,
el frío adueñándose de la casa.
Santiago anduvo con cuidado, tratando de
encontrar algún recipiente útil para retener el agua. Después de colocarlo en
el suelo, miró por la ventana, lo cautivó el ritmo de la lluvia, la bella y
salvaje naturaleza del agua. Recordó sus sueños y con terror se imaginó estar
en medio del desastre que golpearía brutalmente a la ciudad a finales del año.
Deseó no estar solo nunca más, deseó la pena y el dolor compartido con su
pareja. Las lágrimas se le atragantaron, sintió unas enormes ganas de ahogarse al lado de su amada, repleto de nostalgia
mezclada con cariño, ahogarse de ella, ahogarse de su amor hasta los últimos suspiros.
Sintió la ausencia de Salomé en ese momento; en muchos momentos que aún no
pasaban, la extrañó en el caos y fuera de él.
Retrocedió torpemente, cargando toneladas de miedo sobre sus hombros y resbaló por el suelo mojado. Su cabeza se estrelló violentamente, y por un momento la sencillez de la escena dramática y estúpida de su muerte le causó una modesta comicidad, mientras recordaba a Salomé por última vez y abandonaba su cuerpo, convencido con tristeza de que nunca se ahogarían juntos.
Retrocedió torpemente, cargando toneladas de miedo sobre sus hombros y resbaló por el suelo mojado. Su cabeza se estrelló violentamente, y por un momento la sencillez de la escena dramática y estúpida de su muerte le causó una modesta comicidad, mientras recordaba a Salomé por última vez y abandonaba su cuerpo, convencido con tristeza de que nunca se ahogarían juntos.
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